La utopía de la transparencia no es producto de la imaginación de un par de visionarios, sino una deducción práctica y lógica de la realidad tecnológica y social. El ciudadano tiene, pues, las herramientas para acceder personalmente a unos nuevos instrumentos de poder mediante los diferentes recursos tecnológicos. Ya no existen exclusivas. Wikileaks se erige como el emblema de la transparencia, que tiene como propósito crear sistemas encriptados de recepción de documentos para que los ciudadanos saquen a la luz toda la documentación secreta y oculta, en principio sin límite alguno.
Pero esta utopía, que puede parecer apetecible en un primer
momento, es un cuchillo de doble filo:
la frontera entre lo privado y lo público se ha difuminado. Es posible conseguir
archivos privados o clasificados con suma facilidad y la democratización de la
tecnología hace aflorar numerosos programas e individuos capaces de hackear
cualquier programa y ordenador. Esto,
además de ser un potente agente desestabilizador, está al servicio de cualquier
causa e ideología.
La cara negativa de la transparencia responde un poco al
esquema orwelliano de 1984, el Gran Hermano. El surgimiento de un control
vertical y colectivo, en el contexto de la mayor libertad individual imaginada
por el ser humano. Intercepciones
telefónicas, escuchas (ilegales o legales), control informático, cámaras de
vídeo vigilancia y demás tecnología que se intenta justificar bajo la figura de
la seguridad; virus… Tenemos, pues, por
un lado, la figura liberal de la transparencia; y por otro, un totalitario
control tecnológico de permanencia casi absoluta sobre los ciudadanos.
Llegado a este punto es necesario plantear un debate. ¿Cuál
es realmente el verdadero escándalo? ¿La revelación de documentos de Wikileaks,
que confirman las sospechas sobre las torturas por parte del ejército
estadounidense? ¿La falta de ética de los diplomáticos norteamericanos? ¿O, por
el contrario, que todo lo que escribamos, digamos y hagamos pueda ser recogido,
grabado, guardado y filtrado sin reglas ni control legal alguno?
“Wikileaks no cambió la historia de la humanidad”. Las
relaciones internacionales quedaron intactas. No hubo una respuesta práctica
por parte de las autoridades frente a las violaciones de derechos humanos y a
las malas prácticas desveladas en sus filtraciones. Tampoco podemos admitir un
avance en la transparencia de los estados de cara a sus ciudadanos.
Sin embargo, hay quien insiste en ver a Assange y a sus
seguidores como la cara positiva de la globalización tecnológica: “un
contrapoder a la altura de los tiempos”. La tecnología permite la creación de
zonas fuera del control de los estados desde donde se difunden y se
democratizan sus secretos. Frente a la rigidez y a los intereses de los grandes
massmedia, este organismo intenta recuperar la vieja función de control del
poder que en su día tuvo la prensa.
Entrevista a Julian Assange en Salvados
De la mano de la tecnología y las redes de comunicación
globales, aparece un nuevo agente político y mediático global, que escapa a los
controles legales. Las mordazas de los poderes públicos y económicos cuentan
con un incómodo altavoz en la Red, pero éste no se reduce a Wikileaks. La
democratización de la tecnología debe servir exactamente para eso: para
cuestionarse el orden social y político vigente, una alternativa real que pueda
servir de contrapeso al silencio impuesto por las diferentes élites y
gobiernos.
“En la carrera entre el secreto y la verdad, parece
inevitable que la verdad siempre vencerá” Rupert Murdoch, 1958
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